El Nuevo Ideal Nacional, el estado constructor y la gran seguridad que reinaba en las calles del país no fueron suficientes para mantener una dictadura feroz, con comprobadas acusaciones de peculado de dineros públicos y sobre todo, con un desprecio absoluto por los derechos políticos. Unión fue la clave. La carta pastoral del Arzobispo de Caracas Monseñor Rafael Arias Blanco, leída en todos los templos del país, fue detonante público para hacer saber al régimen la inconformidad reinante. Forzado por el descontento que ya se percibía y por militares institucionales, Pérez Jiménez convocó para diciembre de 1957 no unas elecciones como señalaba la Constitución de 1953 sino un plebiscito en el cual sólo él podía ser electo. Esto desbordó el ánimo de militares que ya tenían tiempo conspirando en su contra. Los cuarteles Urdaneta y Páez deciden alzarse y a ellos se une un contingente de la Fuerza Aérea. En la conspiración los militares estaban coordinados con civiles liderados políticamente por la Junta Patriótica, presidida por el urredista (y periodista) Fabricio Ojeda. El 31 de diciembre el gobierno arresta al Mayor Ely Mendoza Méndez y a otros conjurados. Los rebeldes planifican un ataque para el amanecer del 1º de enero de 1958, cuando la ciudad está durmiendo la fiesta de Año Nuevo. Aviones militares disparan ráfagas contra el Palacio de Miraflores y la sede de la Seguridad Nacional; también sobrevuelan Maracaibo esperando el apoyo que no llegó del Batallón Venezuela. El teniente Hugo Trejo marcha con los Moto blindados sobre Los Teques mientras el teniente Hugo Montesinos exhorta por radio a que la población tome las calles. Esta asonada falla, fundamentalmente por falta de comunicación entre los conjurados. Los aviadores vuelan hacia Colombia y el régimen arrecia los arrestos contra militares y civiles, que son recluidos en el Cuartel de Miraflores. Pero ya estaba declarada la rebelión. El 3 de enero la Junta Patriótica (constituida en la clandestinidad por URD y el Partido Comunista, integrándose después AD y COPEI), hace circular un manifiesto contra la dictadura. Las protestas en los barrios son duramente reprimidas. El 9 de enero 5 destructores de la Marina son tomados, llevados costa afuera y los oficiales envían un pliego de peticiones. La férrea censura de prensa y el encarcelamiento de periodistas hacen que el boca a boca sea la vía de comunicación de los sediciosos. El gobierno decide destituir al Ministro de Defensa, General Rómulo Fernández. El Ministro de Relaciones Interiores Laureano Vallenilla Lanz renuncia y se va para Francia, no sin antes decirle a Pérez Jiménez estas lapidarias palabras: “Vámonos, mi General, que pescuezo no retoña”. En un intento por aplacar la ira popular, Pérez Jiménez destituye también a su hombre de confianza y jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada. Pero en la Plaza de El Silencio siguen escuchándose consignas contra la dictadura. Finalmente la Junta Patriótica convoca a una huelga general el 21 de enero, entre el tañer de las campanas de las iglesias y las cornetas de los vehículos. Ese día no circula la prensa y hay enfrentamientos en las calles de Caracas. El gobierno decreta el estado de sitio, pero ya todo era inútil, en Caracas se multiplican las protestas, hay barricadas, muerto, heridos y detenidos. A las 5:00 p.m. del 21 de enero el gobierno dicta un toque de queda, pero la Guarnición de Caracas y la Marina ya se han unido al movimiento. Los militares aún leales al régimen negocian su rendición y el 23 de enero en la madrugada el dictador Marcos Pérez Jiménez, algunos ministros y su familia huyen desde La Carlota en el avión presidencial llamado “La Vaca Sagrada”, hacia República Dominicana. El júbilo popular toma las calles, liberan a los presos políticos, linchan a los esbirros y queman la sede de la Seguridad Nacional en la Plaza Morelos.
Recuperado de http://www.notitarde.com/Seccion/El-fin-de-un-dictador/articulo/25958
No hay comentarios.:
Publicar un comentario